“Nos llamaron golpistas.
Dijeron que detrás estaban la extrema derecha, mintieron en los medios de
comunicación una y otra vez, amenazaron por activa y por pasiva con que iríamos
a la cárcel, trajeron 1.400 policías, identificaron y denunciaron por lo penal a
personas que solo estaban reunidas en un parque público hablando de la
convocatoria. Intentaron meternos el miedo en el cuerpo como nunca lo habían
hecho… Y el resultado es que decenas de miles de personas salimos a la calle a
desobedecer el estado de excepción impuesto por el gobierno. Ahora todos los
medios de comunicación del planeta hablan de lo que ha sucedido en Madrid el
25S.
Y sabemos que no es más que el principio”.
El Gobierno del Partido Popular presidido por
Mariano Rajoy Brey se enfrenta, en el momento más delicado de su legislatura,
por lo menos hasta la fecha, a un cúmulo de crisis que, sin lugar a dudas,
desembocarán en la petición de “Rescate” a la troika europea lo que llevará al
País a abandonar el estado del bienestar, al menos, tal y como lo conocemos en
la actualidad.
El primero de los problemas es la fuerte
crisis de legitimidad que, con respecto a la ciudadanía, va aumentando día a
día. Compañera de viaje de un tremendo desprestigio de la clase política y, en
ocasiones, de las instituciones, la legitimidad se perdió al incumplir
prácticamente todas sus promesas electorales. En tiempo record. La gente ya no
cree en lo que dicen, a excepción de los acólitos que se lo tragan todo –de estos
hay en todos los partidos políticos-.
El segundo de los problemas aparece sin ton
ni son. Artur Mas y CIU, en un intento de colocar una espléndida cortina de
humo que tape las vergüenzas de un Gobierno a la deriva, necesitado de una financiación
que solo puede darle el Gobierno de España, juega, ahora, un órdago a la
desesperada provocando una grave crisis del modelo territorial del Estado. Un
terreno abonado para que emerjan radicales de derecha e izquierda.
Independentistas anacrónicos, nostálgicos de una tontería fronteriza que
alimentan creyéndose herederos de un patrimonio único y distinto; y neofascistas
patrióticos que vislumbran la entelequia de la que se denominó como “Una, Grande
y Libre”. Un juego peligroso, populista y demagógico que llevará a una profunda
crisis del Estado o al mayor de los ridículos.
La sumisión, ya sin paliativos, a las decisiones de la troika comunitaria, nos aboca a una crisis de identidad. De que sirve mantener un Gobierno títere que trasmite los recortes sociales acordados a cientos de kilómetros de Madrid y solo habla para intentar ocultar, endulzar, engañar a la población con el único objetivo de minimizar, en todo lo posible, su rédito electoral.
Lo peor, sin duda, la incapacidad manifiesta
de tomar medidas que nos lleven al camino de la recuperación económica. En
lugar de esto, el país se va sumiendo, cada vez más, en un pozo sin fondo,
destruyendo, no solo el empleo, si no también el tejido productivo, penalizando
el consumo, facilitando el despido y criminalizando las protestas sociales. Eso
sí, va imponiendo una contrarreforma ideológica a ritmo de apisonadora. Si se
suben las tasas, las universitarias, por ejemplo, no se ingresa más, no, se
ingresa menos porque a una subida del 8% le sigue una baja en la matrícula de
créditos del 10%. Se ingresa menos y hay un sector de la sociedad que pierde el
acceso a la educación superior: el recorte es ideológico.
No se vislumbra cambio en las posiciones del
Gobierno, por lo tanto, sabemos, que esto no es más que el principio.