miércoles, 6 de junio de 2012

Homenajeando a Ray Bradbury

Tenían en el planeta Marte, a orillas de un mar seco, una casa de columnas de cristal. Todas las mañanas se podía ver a la señora K mientras comía la fruta dorada que brotaba de las paredes cristalinas o mientras limpiaba la casa con puñados de un polvo magnético que recogía la suciedad y luego se dispersaba en el viento cálido. A la tarde, cuando el mar fósil yacía inmóvil y tibio, las viñas se erguían tiesamente en los patios. En el distante y recogido pueblecito marciano nadie salía a la calle; mientras, se podía ver al señor K en su cuarto, leyendo un libro de metal con jeroglíficos en relieve, sobre los que pasaba suavemente la mano como quien toca el arpa.

Hace ya algunos años, nunca sé si son demasiados (ni en el tiempo ni en el espacio), leí a Ray Bradbury. Quedé impresionado con sus Crónicas Marcianas. Título que, más tarde, llegué a aborrecer por culpa de Sardà e Izaguirre como acólitos de los personajes de feria que presentaban a diario. Lo único que se asemejaba al título de Bradbury era, tal vez, la idiotez de alguno de sus personajes. Desde luego, no la banalidad que rezumaba.

El libro me sedujo como un torrente de imaginación. Transgresión de las cosas que damos por supuestas. ¿Se puede hacer vino en las campiñas marcianas? ¿Hay vida en Marte? preguntaba David Bowie, unos años después, en su Honky Dory, preludio del Ziggy Stardust y las Arañas de Marte.

Bradbury homenajea, también, magistralmente, a Edgar Alan Poe: su Barril del Amontillado; y la Caída de la Casa Usher; a Henri Marie Beyle, seudónimo de Stendahl y su "Rojo y Negro"; y otros más que se van descubriendo durante su lectura.

Pero, creo que, más que hablar de este libro, sin duda, hay que leerlo... Aquí dejo un fragmento que me gustó especialmente:

-El Amontillado -dijo Stendah1 adelantándose y alzando una linterna deslumbrante.
Unos esqueletos se asomaban levantando las tapas de los ataúdes. Garrett, con un gesto de repugnancia, se llevó una mano a la nariz.
-¿El qué?
-¿No ha oído hablar usted del Amontillado?
-No.
~¿No reconoce usted eso? -Stendahl le señaló una celda.
- ¿Tendría que reconocerlo?
Stendahl sonrió y sacó de entre los pliegues de su capa una paleta de albañil.
-¿Y esto?
-¿Qué es?
-Venga.
Entraron en la celda y Stendahl encadenó a Garrett, que estaba casi borracho.
-Por Dios, ¿qué hace usted? -gritó Garrett sacudiendo las cadenas.
-Me siento irónico. No interrumpa a un hombre que se siente irónico. No sea descortés. Ya está.
-¡Me ha encadenado!
-Es cierto.
-Pero ¿qué pretende?
-Dejarlo en esta celda.
-Usted bromea.
-Una broma muy graciosa.
-¿Dónde está mi doble? ¿No vamos a ver cómo lo matan?
-No hay doble.
-Pero ¿y los otros?
-Los otros están muertos. Los que usted vio matar eran los verdaderos. Los dobles, los robots, miraban solamente.
Garrett calló.
-Ahora usted debe decir: «¡Por amor de Dios, Montresor!» -continuó Stendahl-. Y yo contestaré: «¡Sí, por amor de Dios!». ¿No quiere usted decirlo? Vamos. Dígalo.
-Imbécil.
- ¿Tengo que repetírselo? Dígalo. Diga: «¡Por amor de Dios. Montresor!».
Garrett se sentía más despejado.
-No lo diré, idiota. Sáqueme de aquí.
-Póngase eso -dijo Stendahl, tirándole algo que campanilleaba y tintineaba.
-¿Qué es?
-Un gorro de cascabeles. Póngaselo y quizá lo deje salir.
-¡Stendahl!
-Le he dicho que se lo ponga.
Garrett obedeció. Los cascabeles repicaron.
-¿No siente usted como si esto hubiera sucedido antes? -Preguntó Stendahl, y comenzó a trabajar con la paleta, un mortero y unos ladrillos.
-¿Qué hace?
-Estoy amurallándolo. Ya hay una hilera. Ahora va otra.
-¡Usted está loco!
-No lo discuto.
Stendah1 mojó un ladrillo en el mortero, cantando entre dientes. Ahora había golpes y gritos y llantos en la celda cada vez más oscura. La pared crecía lentamente.
-Un poco más de ruido, por favor -dijo Stendahl-. Representemos bien la escena.
-¡Déjerne salir! ¡Déjeme salir!
Sólo faltaba un ladrillo. Los gritos eran ahora continuos.
-¿Garrett? -llamó Stendahl en voz baja. Garrett calló-. ¿Sabe usted por qué le hago esto? Porque quemó los libros del señor Poe sin haberlo leído. Le bastó la opinión de los demás. Si hubiera leído los libros, habría adivinado lo que yo le iba a hacer, cuando bajamos hace un momento. La ignorancia es fatal, señor Garrett.
Garrett no replicó.
-Quiero que esto sea perfecto -dijo Stendah1 levantando la linterna para que la luz cayera sobre la encogida figura de Garrett-. Agite suavemente los cascabeles. -
Los cascabeles tintinearon-. Ahora diga usted: «¡Por amor de Dios, Montresor!»; es posible que lo deje salir.
La luz de la linterna alumbró la cara de Garrett. Garrett titubeó y luego dijo grotescamente:
-Por amor de Dios, Montresor.
-Ah -exclamó Stendahl con los ojos cerrados. Colocó el último ladrillo y lo aseguró con una capa de cemento-. Requiescat in pace, querido amigo.
Salió de prisa de la catacumba.


6 de junio de 2012